jueves, 14 de agosto de 2014

El Programa Democrático

Uno de los aspectos de esta crisis, en el que no parece ponerse suficiente énfasis, es el de que posiblemente nos encontramos ante uno de esos momentos en los que la humanidad se enfrenta de forma inequívoca e insoslayable a un cambio de paradigma de carácter histórico.
   Esta crisis surge de la caída de dos muros que aquí simbolizan el fin del mundo con trastorno bipolar que surgió de la Revolución Francesa. Por un lado, el derrumbe del Muro de Berlín, que supone el final de una forma de pensamiento, el marxismo de la dictadura del proletariado, una de cuyas metas era el fin del estado (que, mientras tanto, se hizo de nuevo omnipotente). Por el otro lado, la caída inmediatamente posterior del muro de la «Calle del Muro», Wall Street, donde se produce el fin de la otra gran ideología actuante desde el siglo XIX: el liberalismo, ahora intentando volver a imponer una hegemonía en su farsante version «neo» y/o «ultra». El liberalismo es en su origen una teoría plutocrática también profundamente antidemocrática (véase la historia de España anterior a la ll República) que propugna la extraña dictadura «de la mano invisible» del «mercado» también contra un estado que se desea mínimo.
   Entre las grietas (trincheras, ciudades arrasadas, masacres, hornos, fosas, como vemos cada día) de estos dos polos ideológicos originados en realidades políticas y sociales de hace 200 años, y que han actuado desde entonces transformando aquellas realidades, van estableciéndose, en el mundo occidental y sobre todo tras la Segunda Guerra Mundial, intentos de organización democrática de la sociedad que se han venido a llamar Estados de Bienestar.
   Esta nueva organización social de un estado que resulte reflejo y órgano de la democracia tanto política como económica no surge solamente de la aplicación de una  ideología democrática (en realidad la democracia es una práctica igualitaria reglada) sino que se corresponde con una transformación de la sociedad misma hacia una mayor complejidad.  Si quisiéramos hacer una metáfora e imaginar que el planeta ha estado generando un órgano de autoconciencia que es la sociedad humana podríamos decir que, con el desarrollo de las redes sociales y la intercomunicación instantánea, nos encontramos como especie (como especialización) en el momento de generar el cortex cerebral de este mundo: el órgano nuevo (estados democráticos) para una sociedad inteligente global.
   Este proceso de una cada vez mayor complejidad social (que tiene que tender, en mi opinión, a un tipo de sociedad auto-consciente) obliga, desde el punto de vista de la eficacia de recursos, a asegurar en las democracias representativas una cierta cohesión social a través de la universalización de «derechos» sociales como salud y educación y de garantías económicas como salarios y jubilaciones dignas. Esto, insisto, que llamamos derechos, pero son necesidades de una sociedad de complejidad creciente, potencia a su vez esta complejidad por la necesaria especialización derivada del aumento del conocimiento y de la cada vez mayor accesibilidad de ese conocimiento a un mayor número de individuos. Especialización que debe encontrar soporte, como es lógico, en una estructura general compleja que la favorezca y a la que a su vez conforma.
   En el momento actual se está produciendo un intento de diluir la situación democrática alcanzada en el primer estado de bienestar (que no está muy desarrollado en España) por fuerzas antidemocráticas que tienen su génesis en las prácticas plutocráticas neo o ultra liberales. Esta corriente de pensamiento originada básicamente en el mundo anglosajón busca con ello aumentar (o revertir la pérdida de) su influencia a escala mundial, intentando aplicar a la «globalización» las antaño gloriosas recetas liberales; recetas que interpretaron un mundo de hace 200 años y que están en el origen de su hegemonía como civilización a lo largo de estos dos últimos siglos. Pero estas mismas recetas (y la oposición a ellas) han cambiado el mundo, y ahora éste es otro mundo.
   Así pues, nos encontramos en una situación histórica donde, por un lado, se intenta imponer a la gente antidemocráticamente un programa (el neoliberal), totalmente trasnochado e inmensamente ineficaz, programa dominado por el muy improductivo «capitalismo financiero», y donde por el otro lado la confusión reinante en la opinión pública y en las diferentes fuerzas socio-políticas ante lo que está pasando, aún no encuentra una respuesta adecuada porque esta debe ser totalmente nueva, superadora de los viejos condicionamientos ideológicos. Distorsionado todo ello por el auténtico velo mediático que propugna que el ficticio «mercado» liberal es la única estructura formal válida de organización económica de la sociedad democrática. Confusión acrecentada por la falta de consensos en las fuerzas más democráticas a partir del derrumbe (liberador) de algunas de las ideologías en que pretendían fundamentarse, y alimentada por la aceptación funcional de estas ideas antidemocráticas liberales que la práctica del poder ha propiciado también, como estamos viendo ahora mismo en nuestro país, en ese sector que ha gobernado estos años "desde la izquierda", partidos y sindicatos.  (Debemos decir que estas etiquetas, «izquierda/derecha», están en nuestra opinión tan trasnochadas como las ideologías del siglo XIX en las que se definen, porque, en las sociedades democráticas, se deben necesariamente dar a la vez y sin exclusión tanto elementos conservadores como innovadores. No creemos que estas deban ser ya  las definiciones válidas a partir de ahora. Y habrá que crear otras nuevas y mas adaptadas).
   Sin embargo, en nuestro país, como en otros, se está empezando a generar la voluntad de cambiar esta situación de confusión. El problema es que no parece haber aún una reflexión autónoma suficiente desde la experiencia actual sobre la sociedad democrática y su concreción en estado que obtenga el consenso en un nuevo paradigma eficaz, a pesar de los nuevos movimientos por una política mas democrática que se han producido últimamente, y que deberían ser el germen del desarrollo de las fórmulas políticas necesarias para generar el cambio de paradigma, al que este escrito pretende contribuir humildemente ofreciendo una perspectiva. Así que nos van a permitir proponer un par de ideas aglutinantes para intentar, tal vez, centrar el debate en la posible salida democrática a esta crisis de civilización y, si es posible, hacer este debate operativo porque, como estamos viendo, urge hacerlo operativo cuanto antes.
   Parece mentira pero nadie parece señalar lo obvio: que la única salida democrática (insistimos, única salida democrática) de la crisis en la que nos encontramos, no puede sino contemplar políticas de ampliación del estado social y de derecho hacia la instauración del Segundo Estado de Bienestar (el que corresponde a la Sociedad 2.0 o Sociedad del Conocimiento).
   Llamamos aquí Segundo Estado del Bienestar al que dará soporte a la sociedad inteligente a la que se ha hecho referencia antes. Es el resultado, sencillamente, de la ampliación del actual estado de bienestar recuperado (Sanidad, Educación públicas, demás derechos sociales, etc.) con un Sistema Financiero Nacional y una política cultural pública. El concepto de Programa Cultural Público es sencillo y consiste en apoyar con medios (específicos y transversales), una política cultural democrática dirigida a la creación cultural en contraposición al actual concepto aberrante de Ocio, es decir, basar la cultura democrática en la práctica creativa en todos los órdenes. Y en el concepto de Sistema Financiero Nacional Público encontraríamos el motor trascendental de transformación social desde el actual estado de exclusión antidemocrática a una sociedad democrática plena, cuya necesidad es inexcusable si queremos efectivamente que sea verdaderamente democrática nuestra sociedad, consiguiendo de este modo de manera real incluir en ella a todos los ciudadanos sin excepción, como es su derecho.
   Se trata pues, de garantizar de una vez por todas los derechos constitucionales, reorganizando el estado para conseguir la máxima eficiencia democrática, lo cual es perfectamente posible (si no imperativo) en el marco de la actual constitución política de nuestro país.
   Basado en el concepto de Renta Básica Universal, el Sistema Financiero Nacional  Público debería ocuparse de garantizar los derechos económicos democráticos básicos de toda la sociedad sin exclusión alguna, haciéndose cargo de forma pública de todo lo que podemos llamar «economía social». No hablamos de nacionalizar la banca ni de nada parecido. La idea es integrar en el concepto de Renta Básica Universal todo aquello que ahora está parcelado: ¿para qué hacer becas si un estudiante joven o anciano tiene un sueldo básico (y variable) desde que nace? Todas estas cosas que se nos ocurren entrarían dentro de la gestión del SFN: conceptos como ayudas por hijo, becas escolares, pensiones, etc. estarían subsumidos en este concepto de renta general que, desde luego, no sería lo mismo ni mucho menos para un niño de un año que para un anciano que haya trabajado cuarenta años, por exagerar, o para una persona que renuncia al derecho a un puesto de trabajo externo total o parcialmente para cuidar de los suyos, o para un estudiante de secundaria o de universidad o en prácticas, o para un profesional especializado (que también está ganando un sueldo mayor que uno no especializado), etc. La Renta Básica Universal es un derecho social que generaría eficacia y estabilidad en el sistema.  Esto no quiere decir que todo el mundo ganara lo mismo ni mucho menos, pero lo que si querría decir es que todo el mundo tendría un ingreso básico garantizado, lo que implica conseguir socialmente una muchísimo mayor flexibilidad a la hora de hacer frente a crisis como estas, que no afectarían, por ejemplo, al pleno empleo o al consumo básico. Tampoco el Sistema Financiero Nacional Público supondría la desaparición de las empresas financieras privadas, naturalmente. Simplemente sería la base financiera democrática de la gestión de los (cuantificados) derechos sociales. Porque este sistema debería garantizar a todo ciudadano el derecho a la financiación (al aval y garantía) social sobre su primera vivienda, por ejemplo. Pero si se quisiera comprar una segunda vivienda ese mismo ciudadano tendría que dirigirse a un banco privado, que sería una empresa libre legislada específicamente como cualquier otra. Este sistema permitiría una flexibilidad social infinitamente mayor, mayor movilidad potencial de las personas activas, y no expulsaría del consumo básico ni de la estructura de socialización a millones de personas como ha sucedido con la actual crisis terminal de este sistema. Un Sistema Financiero Nacional Público es la base de una economía más eficaz y estable para una sociedad innovadora que tendería a la máxima complejidad con un coste creciente de cohesión mínimo y abre a la sociedad posibilidades enormes (e ineludibles, como hemos dicho) de futuro.
   Porque la libertad individual, contra lo que se nos quiere hacer creer a veces, precisa de estructuras sociales de apoyo fuertes. Los derechos individuales se defienden de manera colectiva. Es decir, es la sociedad la que da soporte a esos derechos y libertades. Y en este momento y en esta ineficaz sociedad neoliberal hay cerca de cuatro millones y medio  (ahora ya son seis-rev-oct 2013) de capital humano improductivo con su libertad muy mermada o anulada, en una situación que nada tiene de democrática. Porque, ¿a qué estamos llamando democracia? Pues ahora mismo llamamos democracia al empleo precario o desempleo rampante; a una temporalidad criminal sin derechos, a sueldos míseros, a esclavitud y estafa financiera legalizada, a la imposibilidad de emancipación personal, a la promoción de actividades mercantiles de ocio/consumo ajenas a cualquier concepto de cultura, frustración vocacional, negación del porvenir de cualquier generación a partir de la actual, y etc.,  por una casta político económica al servicio de una plutocracia que agoniza sin remedio y nos hace agonizar en medio de bonos basura, incomestible dinero ficticio y presuntos acuerdos sociales que garantizan el cobro de la pensión máxima tras treinta y ocho años de trabajo pero que no garantiza, por supuesto, ese es el truco, que nadie vaya a trabajar esos treinta y ocho años nunca, en una operación de estafa legalizada que es aceptada sin rechistar por un país envilecido por sus (electos) irresponsables políticos y sus políticas.
   Y, si lo que antiguamente fue un sistema público de Correos ahora es una banda ancha privada, es decir, si el servicio de comunicación que antes se proveía públicamente ahora es un sistema privado, o, de otro modo, si la necesidad social está al albur de intereses privados, ¿qué podemos hacer? Pues dos cosas, al menos: la primera es organizar políticamente alrededor de la idea expresada aquí de la necesaria ampliación de los derechos democráticos, a las personas demócratas conscientes e inquietas; a todas las infinitas pequeñas fuerzas que se están movilizando en ámbitos locales; a la gente afiliada y desilusionada de los diferentes sindicatos; a toda esa cantidad de gente a la que se le suele llamar el pueblo, que no tiene, hoy por hoy, alternativas a la nadería política y esclerotizada que impera y manda: jubilados, amas de casa, jóvenes en general, estudiantes sin futuro, mujeres siempre maltratadas por los actuales sistemas de remuneración y de organización del trabajo injustos y bárbaros, pequeños agricultores, parados sin quererlo ser, etc., en una unión de fuerzas democráticas, un partido demócrata real (como se quiera llamar) con el común denominador de consenso con la actual constitución para hacerla efectiva (bizantinismos como monarquía constitucional o república no, por favor) organizado de abajo arriba con el programa político de mínimos de la implantación del Segundo Estado de Bienestar como organización democrática básica del estado para la nueva sociedad; fuerzas estructuradas bajo el principio de actuación local, pero pensamiento global en un consenso básico sin sectarismos.
Creemos que hay indicios de que esto se está empezando a generar en diferentes puntos de nuestro país de forma local (que puede incidir en las próximas elecciones locales), pero hay que pasar de grado y presentar un programa democrático nuevo al conjunto del país donde pueda verse reflejada la inmensa mayoría (puesto que es un programa de integración y cohesión social). Y es un programa que debería ser atrayente sobre todo para las personas jóvenes que deberían hacerlo propio, puesto que representa el futuro para todos (pero desde ya), un futuro en acción, el del Segundo Estado de Bienestar (Sociedad 2.0, la próxima sociedad del conocimiento que está al alcance de la mano para todos pero a la que se pretende dejar acceder solo a los que tienen la ventaja económica ahora), y donde se deben ver también reflejados todos aquellos que actualmente votan a los partidos mayoritarios y obsoletos porque no hay alternativa democrática real. Movimientos locales como los que se están produciendo entre IU y Baztarre en Navarra con posible integración de disidentes del PSN o cualquier fuerza política o social ya constituida, (actualmente, el surgimiento de PODEMOS corrobora todo lo antedicho, aunque habrá que ver si realmente es lo que se necesita) donde personas demócratas se vayan despojando de lastres ideológicos obsoletos para repensar de nuevo la acción democrática, plural y diversa, en un futuro que ya está aquí, son catalizadores capaces de aglutinar y tal vez integrarse en una fuerza democrática, plural y diversa, pero también firmemente decidida a dar el salto ineludible hacia esta nueva y necesaria sociedad, fuerza de coordinación de estas iniciativas y también de representación de los consensos producto de los debates en cada momento, aunque también deberían ser capaces de organizarse gente ajena a esos partidos, cuyo pensamiento democrático no tenga mas adscripción que la propia libertad. No debe haber pues espacio para el dogmatismo en la democracia, y nunca lo ha debido de haber, porque el conocimiento de la realidad es cambiante y fluido y, por lo tanto, las ideas lo deben ser también si están basadas, dentro de la perspectiva democrática, en una ciencia sociopolítica al alcance de todos: es inaceptable e imposible un sistema totalitario desde el punto de vista de que en este mundo siempre se producen conocimientos nuevos, y de que, por eso mismo, la percepción de la realidad no es estática ni lo puede ser: lo que se debe pretender es gestionar democráticamente y en libertad el flujo constante del continuo descubrimiento de la realidad, por decirlo de alguna manera. Porque es lógico dentro de un sistema democrático la creación de todo tipo de movimientos que incidan en intereses sectoriales de acuerdo con la propia riqueza del debate democrático en una sociedad libre y por ello cada vez mas compleja. Y porque entonces no es ya la ideología, el imaginario dogmático, lo que debe alentar estos debates, sino el conocimiento científico de la realidad y del resultado de la aplicación y ensayo consciente e inteligente de las políticas e ideas democráticas que surjan como fruto de ese conocimiento de la realidad. Por eso este país necesita un movimiento amplio y plural, integrador, que destile las ideas democráticas y proponga el Programa Democrático, el de la estabilidad económica básica de la sociedad para tener la máxima capacidad de adaptación y flexibilidad y que procure la necesaria base de estabilidad a este mundo en proceso de cambio y trasformación ineludible pero cuyo sentido se manifiesta perfectamente claro desde la perspectiva democrática. Y una sociedad democrática como es la de este país (que puede ser si lo queremos uno de los países clave del Siglo XXI) tiene un reto inmediato: hacer comenzar el futuro.
   España lleva doscientos años intentando asimilar conceptos e ideologías que han surgido en otros ámbitos culturales en su mayor parte. Pocos han sido generados en nuestra sociedad. Pues bien, creemos que ha llegado el momento de decir: «Bueno, ya nos hemos puesto al día. Ahora vamos a desarrollar nuestras propias ideas, a aplicarlas y a aprender de esa aplicación, para innovarlas o para conservarlas». Porque, ya que el futuro es el nuestro, ese futuro lo queremos ya: llevamos parte del camino recorrido. No volvamos atrás.
Partido Fantasma
31/12/2010

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